domingo, 3 de mayo de 2009

el alma en prenda

Del bar de la esquina del bloque de su casa sale una voz femenina que lo llama.
-Luis, Luis, espera, hijo… Toma las llaves, ahora voy yo, come lo que quieras mientras…
El niño la mira con un gesto de hastío y de cansancio. Lleva la mochila a la espalda y un bolso con ruedas del que va tirando lenta y perezosamente. La chaqueta del chándal atada por las mangas a la cintura, los cachetes colorados y los pelos del flequillo pegados a la frente empapados de sudor.
Con tristeza le devuelve las llaves que ya tiene en la mano, y le dice
-Mamá, subes conmigo, me pones la comida, me das un beso y luego te bajas otra vez si quieres, sin prisas… ¿Vale, mamá?

miércoles, 29 de abril de 2009

Siempre quiso volar

Siempre quiso volar. Era algo que había nacido con él, un sentimiento indefinido que le creaba un vértigo alucinante. Era pensar en el vuelo y sentir que las ráfagas del aire frío le cortaban la cara, pues ya las alturas inverosímiles que alcanzaba con el primer pensamiento le provocaba la increible sensación de estar alcanzando el rastro delas nubes.
Y todo lo que veía hacer piruetas en el aire le obligaba a detenerse para quedarse embobado mirándo, observando las elocubracioens de una mariposa, de un pájarillo cualquiera, hasta de un saltamontes que brincaba despreocupado de ser observado tan atentamente. Su fascinación por los aparatos voladores, ya fuesen seres o instrumentos, sobrepasaba todos los niveles. Pero cuando alguien reparaba en el detalle y se lo hacía saber, él siempre contestaba, evitando dar una respuesta clara,
"no, no miro cómo vuela, sino sus colores", o por el contrario, si era un artefacto, uan cometa, algo impulsado por el viento o por un mecanismo original, decía, "no, no es por eso, es que admiro la maquinaria simple".

Cuando el niño creció se hizo piloto. Antes habia visto cómo morian los gorriones en pleno vuelo, como había ído desaparciendo las mariposas, cómo los aviones que otros pilotaban se habían usado para crear la destrución y la muerte, pero no le importó. Cumplió su sueño y voló. Pero iba dentro de un aparato, protegido, como si solo simulara la atración del vuelo, y aquéllo no era suficiente. Antes había probado todas las alternativas conocidas: parapente, vuelo sin motor, ala delta, helicóptero; pero siempre a su manos se ligaban las cuerdas que lo ataban a la seguridad, y tampoco era eso lo que quería.

Quería volar. Cumplir el cometido de los pájaros. Planear con sus alas. Elevarse en la altura, caer, simular la caída y elevarse de nuevo desde el suelo, cuando ya estaba a punto de rozar la tierra. Sabía que eso era imposible. Pero no dejaba de soñarlo, de idear la fórmula que le permitiera levantarse desde el suelo y alcanzar en el aire la soltura de un pájaro.

Cambio de oficio. Se hizo mecánico de aviones. Dejó de volar valiéndose de artilugios que hacian por sí mismos y con su ayuda lo que él quería hacer sin ellos y sin alas. Después, cuando vio que no conseguía su propósito, que por más que lo intentara el avión o el aeroplano o la máquina que reconstruyera o inventara necesitaba de materiales que hiciesen posible su construcción, que nada era transparente ni dejaba de necesitar motores y mecanismos difíciles de construir y todo iba ligado al tornillo, a la herramienta, que era imposible hacer algo sostenible por sí solo, como una hoja de árbol en el viento, se aburrió y desesperado se quedó quieto a partir de una mañana en la que el sol no dejó de brillar.

Después se hizo mayor y dejó de soñar que inventaba la máquina perfecta que lo hacía volar sin necesidad de usarla, usando el impulso de su deseo. Y dejó de subirse a las lomas para probar si con suerte, una buena racha del viento de sureste lo levantaba en el aire como una cometa y lo paseaba por la llanura mientras él, extendiendo sus brazos, imitaba el bello vuelo del albatros, planeando el decenso con elegancia. Y se hizo viejo, demasiado mayor para soñar. Estaba ya ante el escalón anterior para su propio vuelo, el que no es necesario planear, el que se realiza sin ensayos previos, sin máquinas ni artilugios ni combustibles ni arte en el estilo, ni elegancia en el diseño. Ahora sólo era dejarse llevar, cerrar los ojos o mantenerlos abiertos, daba igual, y sin necesidad de abrir los brazos, dejar que el impulso naciera por sí solo y dejar que el corazón deje de acelerar y se quede en su sitio de frenada.

Pero ahora él no quería salir volando. Era el único vuelo a realizar sin alas, pero él se aferraba a los mandos que distribuían las diferentes órdenes que le llegaban desde el lugar en el que los controladores dirigían el tráfico, negándose a admitir los consejos que le daban, como cuando un niño pequeño se niega a tomar un jarabe porque teme al sabor amargo que dejará en su boca.


martes, 28 de abril de 2009

Cuando termina abril y estamos con un pie en el verano y otro en algún lugar de la inconsciente espera